Tomando un Papa Hemingway...
Fue allá por 1928 cuando el gran escritor norteamericano Ernest Hemingway llegó, por primera vez, a Cuba. Estaba haciendo escala de regreso a Estados Unidos, pero tuvo tiempo de conocer La Habana en dos días que permaneció en la isla. Sin ninguna duda quedó impresionado por el ambiente con el que se encontró y le cautivó de forma permanente.
Entonces el autor volvió en 1932 para comenzar a escribir su obra Por quién doblan las campanas y se alojó en el hotel Dos Mundos y también para dar rienda suelta a su otra pasión como fue la pesca. Se cuenta, de una forma muy literaria, que en una ocasión mientras Hemingway caminaba por la calle de Obispo, necesitó ir al baño y entró, casualmente, en el primer local que encontró y que resultó ser El Floridita. Al salir del baño, fijándose en lo que bebían los clientes, pidió la misma bebida y tras probarla le pidió al barman que se la preparara sin azúcar, con el doble de ron, cinco o seis gotas de marrasquino, el toque de limón y el hielo frappé . El barman, dueño del local, llamado Constantino Ribailagua y Vert, más conocido como Constante, le sirvió el resultado diciéndole "Ahí va, papá" y así es como nació el daiquiri conocido como "Papa Hemingway" en honor al invento del escritor.
Desde entonces, todas las mañanas, el autor enviaba a su chofer a recoger un termo de esta bebida para pasar el día, mientras escribía o pescaba y los fines de semana, cuando tenía más tiempo libre, pasaba casi toda la jornada en el bar degustando su invención. Tanto es así que, en 1954, como tributo a Hemingway, el propietario del local encargó a los artistas cubanos Fernando Boada y José Villa Soberón, una estatua en bronce del escritor a tamaño natural que se ubicó exactamente en la misma esquina en la que colocaba el autor cuando acudía al local.
Tanto le gustaba El Floridita, que Hemingway siempre invitaba, en las noches, a muchos de sus amigos como eran Jean-Paul Sartre, Gary Cooper, Luis Miguel Dominguín, Errol Flyn, Ingrid Bergman, Ava Gardner, Tennessee Williams y Spencer Tracy.
Su predilección y apego por la ciudad le llevó a comprar, con los años, una finca situada a 15 kilómetros de La Habana en la zona de San Francisco de Paula, a la que llamo Finca Vigía y que, al día de hoy, se conserva como un museo al escritor.
Lo cierto es que no se puede pasar por La Habana sin entrar a encontrarse con un pedazo de la historia de uno de los más grandes escritores estadounidenses.